«Era jueves, mediados de abril. Se me acababa de terminar la leche de soja y me había bajado la regla aunque, según la aplicación del móvil y mis cálculos, tenía que venir una semana después, pero allí la tenía, en todo su esplendor. El final perfecto para otra semana perfecta. Me estaba mirando en el espejo y lo único que veía era una cara hinchada como una torta de pan y unas ojeras que parecían las de un oso panda. Que igual no era por la regla, que igual era porque me había pasado toda la noche llorando. Llevaba tres días sin lavarme el pelo y cinco sin salir de casa. Bueno, el domingo había bajado la basura, pero eso no contaba porque sólo me había puesto el abrigo encima del pijama. ¿Sabéis esas personas que iluminan una sala con su belleza y personalidad? Pues yo soy la que se apoya en el interruptor sin querer y apaga la luz. O al menos, así me sentía. El caso es que fue verme con aquellas pintas, en el fondo de un pozo estético, y decirme a mí misma (últimamente hablaba mucho conmigo misma): Alba, tienes que hacer algo…»
Hasta aquí, y sólo hasta aquí, quizá encuentres parecido entre esta novela y otras «de chicas». Pero a partir de estas líneas, prepárate porque vienen curvas. Ojo, si lees este libro en público corres el riesgo de que se te queden mirando cuando estalles en carcajadas descontroladas (cosa que te va a pasar casi en cada página, por cierto). Luego no digas que no te avisamos.
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